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Protagonistas e invitadas a la fiesta

19 Abril - 2021
Sant Jordi 2020

Olivia de Miguel Crespo y Ana Mata Buil
Traductoras. Codirectoras del Máster en Traducción Literaria y Audiovisual

 

A quienes nos dedicamos a la traducción literaria nos encanta ir a las librerías. Nos emociona entrar en esos templos (u orgías) de libros, de mundos nuevos, de pensamientos diferentes, de estilos que nos ponen a prueba. Nos paseamos entre los pasillos, nos acercamos a las mesas para ver qué novedades se han publicado y qué libros clásicos se han recuperado. Al hacerlo, a veces topamos con gratas sorpresas, como ver el estuche de los dos volúmenes de Guerra y paz recién traducidos por Joaquín Fernández-Valdés, que con tanta pasión y tanta sensatez nos habló de su experiencia a lo largo de los cuatro años que duró esta gesta en la charla que mantuvimos con él hace unos días en el marco de las actividades de la Semana de Sant Jordi de la UPF-BSM. 

Lecciones de vida condensadas en dos tomos

Durante la charla con Fernández-Valdés entramos literalmente en su despacho compartido, en el que trabaja con otros colegas traductores, a través de anécdotas y algunas fotografías. Nos habló de temas muy diversos, desde la transliteración de nombres rusos hasta la utilidad de viajar y conocer de primera mano algunos de los lugares en los que transcurre la trama, pasando por la dimensión metafísica (plasmada sobre todo en la naturaleza) de Guerra y paz. En esa línea, Tamara Djermanovic, profesora e investigadora de culturas eslavas de la Facultad de Humanidades de la UPF, destacó en su intervención que esta magnífica obra servía como «antídoto contra la depresión», algo que sin duda comprobarán quienes lean a Tolstói

Fernández-Valdés no solo nos acercó a su lugar de trabajo en Barcelona, sino a la hacienda del propio Tolstói, Yásnaia Poliana, ahora convertida en museo, que el traductor ha tenido la oportunidad de visitar en varias ocasiones gracias a nuestra apreciada Selma Ancira, prestigiosa traductora del ruso y del griego. Al oír hablar a Joaquín Fernández-Valdés de las lecciones de vida que nos da Tolstói, no pudimos evitar pensar en la magnífica conferencia que dio Selma Ancira el curso pasado dentro del Máster de Traducción Literaria y Audiovisual, titulada precisamente «Lev Tolstói, autobiografía en movimiento». En ella repasó la vida del fascinante autor y nos transmitió, igual que Joaquín, su pasión por su obra, tanto en sentido abstracto como físico. Ambos nos hablaron de los noventa volúmenes que componen la obra completa de Tolstói, algunos de los cuales pudimos ver en directo en la charla de hace unos días. Un lujo. 

Avanzar en círculos para llegar al punto B

Si nos emocionó tanto poder ver y palpar esos volúmenes (tanto los dos tomos de la traducción publicada en Alba Editorial como los cuatro volúmenes de las obras completas de Tolstói a los que corresponden) fue porque, por norma general, quienes nos dedicamos a la traducción editorial tenemos un amor casi fetichista por el libro físico, real, lo que ahora se denomina «libro en papel». Por eso, cuando avanzamos en círculos (igual que los argumentos de Tolstói para llegar del punto A al punto B) por el espacio de las librerías, no solo nos fijamos en los libros recomendados y en cuáles de los que nos gustaría leer están en lugar destacado, no solo comprobamos qué editorial ha publicado qué, sino que también necesitamos tocar esos libros, cogerlos, leer la contra y mirar de cerca el lomo, hojear la tripa y leer alguna frase, para impregnarnos de su esencia. 

Y, sí, por supuesto, consultamos quién los ha traducido y más de una vez esbozamos una sonrisa al reconocer un nombre amigo o al ver el nuestro impreso en la portadilla o, si tenemos aún más suerte, en la cubierta. Debemos de ser de las pocas personas que lean las páginas de créditos y todas las notas al pie. Somos incorregibles. 

Arte y parte del sector

Quizá algunas personas muy aficionadas a la lectura, pero ajenas a esta profesión, piensen: «Bueno, claro, sentís la misma emoción que todos los lectores empedernidos». Y la respuesta que podríamos dar a ese comentario quienes compartimos este oficio sería, como tantas veces en traducción, sí pero no. 

Es cierto que a los traductores se nos denomina a veces «lectores ideales» o «hiperlectores», ya que diseccionamos el texto, lo leemos y releemos varias veces durante el proceso de traducción, y no solo en el sentido de repetir la lectura de las frases escritas, sino también de advertir matices nuevos y afinar nuestra interpretación con esas nuevas lecturas. Igual que otros lectores, disfrutamos (cuando nos dejan) husmeando entre las paradas de Sant Jordi y nos alegramos al encontrar un libro de una autora que nos encanta o uno traducido por una voz que también nos encanta. Igual que tanta gente, somos fans de determinados poetas, ensayistas y novelistas y hacemos cola para que nos firmen un ejemplar dedicado. 

Sin embargo, también es cierto que los traductores literarios somos «autores», «escritores en otra lengua», siempre a caballo entre dos (o más) culturas, estilo y modos de pensar. Es más, la Ley de Propiedad Intelectual nos ampara como autores y nos otorga una parte de los derechos correspondientes. Así pues, en cierto modo, también nos corresponde firmar libros en Sant Jordi y a veces, gracias a iniciativas de las asociaciones de traductores, lo hemos hecho. Por eso, las personas que hemos convertido la traducción literaria en nuestra pasión y nuestra profesión somos protagonistas e invitadas a esta fiesta. Qué honor. ¡Feliz semana de Sant Jordi! 

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