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COVID y sector editorial: Fahrenheit 451

14 Abril - 2020

Javier Aparicio Maydeu
-Catedrático de Literatura Española y Literatura Comparada de la Universitat Pompeu Fabra.
-Creador y director del Máster en Edición de la UPF Barcelona School of Management.
-Co-director del Forum Internacional Edita Barcelona

El sector editorial necesita un pacto colectivo y el apoyo de las instituciones. De lo contrario, corremos el riesgo de hacer realidad el distópico mundo de Ray Bradbury en la novela Fahrenheit 451: la temperatura a la que el papel de los libros arde, haciéndolos desaparecer.

Esto es un artículo y esta es mi opinión, pero no soy un articulista de opinión. Tampoco ostento cargo gremial alguno ni represento al sector editorial, del que sí formo parte por experiencia profesional, por mi dedicación a la formación de futuros editores, y por vocación. No pretendo ser un visionario, si acaso un fedatario solidario de la situación extremadamente aciaga que le espera al mundo del libro, un tercio del PIB de la industria cultural española, cuando la pandemia pierda fuerza y concluya el confinamiento. La llamada 'cadena del libro' es muy compleja porque la forman numerosos eslabones de distinta fuerza y condición, y en su complejidad se encuentra su debilidad que, en estos momentos en que los libros se han confinado en los almacenes de las distribuidoras, el e-book apenas si alcanza el 5% de las ventas y se diría que solo puede fortalecerse con la solidaridad.

Evitar moratorias en la cadena de pagos correspondientes a las ventas anteriores al cataclismo, la creación de plataformas de venta online que contribuyan de forma transparente a que las librerías no dependan exclusivamente de la compra presencial, la inyección de dinero público en la compra de libros destinados a los fondos de las bibliotecas, ponderar las iniciativas bienintencionadas que, como la de regalar libros electrónicos, puedan parecer solidarias cuando seguramente socavan años de esforzada pedagogía para tratar de inculcar en el consumidor que el libro, como la cultura de la que forma parte, no puede ser gratuito, como su precio no debe dejar de ser fijo, si de lo que se trata es de que siga felizmente su curso un mundo de creadores y de ensayistas de cuya producción depende en gran medida la formación y el enriquecimiento de los ciudadanos.

Muchas son las propuestas que se encuentran sobre el tapete para evitar, a corto y medio plazo, que esta delicada cadena del libro se rompa. Tal vez cumpla pensar en la necesidad que los Estados acepten que el libro no es sino una mascarilla contra el virus de la ignorancia, la desesperanza y la uniformidad.

Disminuir las novedades editoriales anuales, salvaguardar la subsistencia, con la protección de los derechos de autor y ecuánimes medidas fiscales, de los creadores, favorecer con nuevas normativas el crecimiento de un ecosistema editorial cuyo 70% corresponde a medianas y pequeñas empresas, concederles de una vez por todas al libro y a la cultura el espacio regular en los medios del que, por ejemplo, disfruta el deporte, aumentar la nómina de modalidades de retail... Muchas son las propuestas que se encuentran sobre el tapete para evitar, a corto y medio plazo, que esta delicada cadena del libro se rompa. En estos momentos en que resulta inevitable hablar de adminículos clínicos y actividades económicas esenciales, tal vez cumpla pensar en la necesidad, de una vez por todas, de que los estados que se jactan de ser tan democráticos como progresistas no solo acepten sino que promulguen que el libro no es sino una mascarilla contra el virus de la ignorancia, la desesperanza y la uniformidad.

Seguir considerando que la cultura no es prioritaria porque se estima primordial entender que el ciudadano es cuerpo que produce pero no tanto que es mente que reflexiona, no es sino ejercer un boicot al bienestar mental del individuo.

Tal vez, ahora más que nunca, seguir considerando que la cultura no es prioritaria porque se estima primordial entender que el ciudadano es cuerpo que produce pero no tanto que es mente que reflexiona, no es sino ejercer un boicot al bienestar mental del individuo. Hélas, muchos siguen considerando temerario el favorecer que el ciudadano piense, y el libro será siempre esa herramienta que se acostumbra a utilizar para hacer palanca y poder así liberarlo de la precariedad. El fuego ha amenazado siempre al sector del libro, y todos los actores salen al escenario editorial con un extintor cerca. Nos espera en estos momentos, cuando aún no hemos salido de una crisis y ya se nos ha venido encima otra, un tiempo peligroso en el que habrá que aprender a extinguir el fuego mientras se piensa en cómo evitar que se (re)produzca, esto es, habrá que curar y prevenir a la vez, perdida por el momento toda posibilidad de pensar en cómo resultar ignífugo. Una tarea embarazosa que, sin embargo, desafortunadamente los profesionales del sector, del autor al agente, del editor al distribuidor y el librero, están ya acostumbrados a tener que acometer.

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